domingo, 24 de marzo de 2013

Primera homilía del papa Francisco en la misa del domingo de ramos en el Vaticano

 “Jesús entra en Jerusalén. (...) Gentío, fiesta, alabanza, bendición, paz. Se respira un clima de alegría. Jesús ha despertado en el corazón tantas esperanzas, sobre todo entre la gente humilde, simple, pobre, olvidada, esa que no cuenta a los ojos del mundo. Él ha sabido comprender las miserias humanas, ha mostrado el rostro de misericordia de Dios, se ha inclinado para curar el cuerpo y el alma. Y ahora entra en la Ciudad Santa. Es una bella escena, llena de luz, de alegría, de fiesta”. (...) “También nosotros hemos acogido al Señor; también nosotros hemos expresado la alegría de acompañarlo, de saber que nos es cercano, presente en nosotros y en medio de nosotros como un amigo, como un hermano, también como rey, es decir, como faro luminoso de nuestra vida. Y aquí nos viene la primera palabra: alegría. No sean nunca hombres, mujeres tristes: un cristiano jamás puede serlo. Nunca se dejen vencer por el desánimo. Nuestra alegría no es algo que nace de tener tantas cosas, sino de haber encontrado a una persona, Jesús; de saber que, con él, nunca estamos solos, incluso en los momentos difíciles, aun cuando el camino de la vida tropieza con problemas y obstáculos que parecen insuperables..., y ¡hay tantos! Nosotros acompañamos, seguimos a Jesús, pero sobre todo sabemos que Él nos acompaña y nos carga sobre sus hombros: en esto reside nuestra alegría, la esperanza que hemos de llevar en este mundo nuestro. Llevemos a todos la alegría de la fe”. (...) “¿Qué tipo de rey es Jesús? Mirémoslo: montado en un pollino, no tiene una corte que lo sigue, no está rodeado por un ejército, símbolo de fuerza. Quien lo acoge es gente humilde, sencilla. Jesús no entra en la Ciudad Santa para recibir los honores reservados a los reyes de la tierra, a quien tiene poder, a quien domina. (...) Jesús entra en Jerusalén para morir en la cruz. Y es precisamente aquí donde resplandece su ser rey según Dios: su trono regio es el madero de la cruz”.(...) “Ante Pilato, Jesús dice: «Yo soy Rey», pero el suyo es el poder de Dios, que afronta el mal del mundo, el pecado que desfigura el rostro del hombre. Jesús toma sobre sí el mal, la suciedad, el pecado del mundo, también el nuestro, y lo lava, lo lava con su sangre, con la misericordia, con el amor de Dios. Miremos a nuestro alrededor: ¡cuántas heridas inflige el mal a la humanidad! Guerras, violencias, conflictos económicos que se abaten sobre los más débiles, la sed de dinero, de poder, la corrupción, las divisiones, los crímenes contra la vida humana y contra la creación. Y nuestros pecados personales: las faltas de amor y de respeto a Dios, al prójimo y a toda la creación. Jesús en la cruz siente todo el peso del mal, y con la fuerza del amor de Dios lo vence, lo derrota en su resurrección”. “Queridos amigos, con Cristo, con el Bien, todos podemos vencer el mal que hay en nosotros y en el mundo. ¿Nos sentimos débiles, inadecuados, incapaces? Pero Dios no busca medios potentes: es con la cruz con la que ha vencido el mal. No debemos creer al Maligno, que nos dice: No puedes hacer nada contra la violencia, la corrupción, la injusticia, contra tus pecados. Jamás hemos de acostumbrarnos al mal. Con Cristo, podemos transformarnos a nosotros mismos y al mundo. Debemos llevar la victoria de la cruz de Cristo a todos y por doquier; llevar este amor grande de Dios. Y esto requiere de todos nosotros que no tengamos miedo de salir de nosotros mismos, de ir hacia los demás”. “ En la Segunda Lectura, san Pablo nos dice que Jesús se despojó de sí mismo, asumiendo nuestra condición, y ha salido a nuestro encuentro (cf. Flp 2,7). Aprendamos a mirar hacia lo alto, hacia Dios, pero también hacia abajo, hacia los demás, hacia los últimos. Y no hemos de tener miedo del sacrificio. Piensen en una mamá o un papá: ¡cuántos sacrificios! Pero, ¿por qué lo hacen? Por amor. Y ¿cómo los afrontan? Con alegría, porque son por las personas que aman. La cruz de Cristo, abrazada con amor, no conduce a la tristeza, sino a la alegría”. “Hoy están en esta plaza tantos jóvenes: desde hace 28 años, el Domingo de Ramos es la Jornada de la Juventud. Queridos jóvenes (...) , nos traen la alegría de la fe y nos dicen que tenemos que vivir la fe con un corazón joven, siempre, incluso a los setenta, ochenta años. Con Cristo el corazón nunca envejece. Pero todos sabemos, y ustedes lo saben bien, que el Rey a quien seguimos y nos acompaña es un Rey muy especial: es un Rey que ama hasta la cruz y que nos enseña a servir, a amar. Y ustedes no se avergüenzan de su cruz (...) La llevan para decir a todos que, en la cruz, Jesús ha derribado el muro de la enemistad, que separa a los hombres y a los pueblos, y ha traído la reconciliación y la paz. (...) Aguardo con alegría el próximo mes de julio, en Río de Janeiro. Les doy cita en aquella gran ciudad de Brasil. Prepárense bien, sobre todo espiritualmente en sus comunidades, para que este encuentro sea un signo de fe para el mundo entero. Vivamos la alegría de caminar con Jesús, de estar con él, llevando su cruz, con amor, con un espíritu siempre joven”. “Pidamos la intercesión de la Virgen María. Ella nos enseña el gozo del encuentro con Cristo, el amor con el que debemos mirarlo al pie de la cruz, el entusiasmo del corazón joven con el que hemos de seguirlo en esta Semana Santa y durante toda nuestra vida. Amén”.

domingo, 17 de marzo de 2013

VIVA EL PAPA FRANCISCO!






Oremos por nuestro Papa Francisco
Padre Nuestro que estás en los cielos,
que todo lo gobiernas a través de Tu Hijo Jesucristo,
ten piedad y misericordia de tu amadísimo hijo El Papa Francisco, y concédele
por tu infinita misericordia, larga vida y salud en abundancia,
para encaminar al mundo por senderos de paz y justicia, 
de amor y prosperidad y de verdadera santidad.

Dale a tu Vicario en la tierra fuerza, protección y los dones del Espíritu para cumplir con la misión 
que le has encomendado.
Gracias, Señor, por darnos a Francisco.
Danos la gracia de estar siempre con él, unidos a tu rebaño, la Iglesia Católica. 
Por Nuestro Señor Jesucristo. Amén.